3 noviembre, 2021

EL SEGUNDO ENSANCHE DE PAMPLONA

Antecedentes

La ciudad de Pamplona puede decirse que nace, exactamente, el ocho de septiembre de 1423, día de la promulgación del Privilegio de la Unión, por el cual Carlos III unifica en un solo municipio los tres burgos anteriores: la Navarrería, San Cernin y San Nicolás.

Tras la conquista y anexión de Navarra a la Corona de Castilla, se convirtió en un punto de especial importancia en la defensa contra Francia, y fue considerada plaza fuerte. Por ello, se construyeron diversas fortificaciones para hacerla inexpugnable, especialmente tras la orden de Felipe II de 1571 al ingeniero militar Jacobo Palear Fratín de construir la ciudadela y dotar al conjunto de un tipo de defensa basada en los baluartes, siguiendo el modelo de la ciudadela de Amberes. Así, la ciudad quedó durante los siglos siguientes absolutamente constreñida en su crecimiento, pues se crearon las llamadas “zonas problemáticas”, espacios en los que estaba prohibido construir para no perjudicar la seguridad de las fortificaciones.

Ya en el siglo XVIII, por influencia de la Ilustración en las autoridades municipales, se vio la necesidad de dotar a la ciudad de mayores servicios de saneamiento, y se llevaron a cabo la traída de las aguas, la pavimentación de las calles y su alcantarillado, pero no fue suficiente. El crecimiento urbano, motivado por la propia condición de Pamplona de capital de reino y sede de sus instituciones, no era posible, y sólo se realizó hacia arriba, recreciendo los solares medievales, largos y estrechos, creando incómodas viviendas cada vez menos saludables.

La desamortización de 1835 y la consiguiente expropiación de los conventos tras la disolución de sus comunidades, podría haber paliado en parte ese problema, pero los monasterios intramuros fueron convertidos casi todos en cuarteles y no en viviendas.

El problema se hizo acuciante a fines del siglo XIX, como denunciaban los médicos de la época, como el doctor Húber. Arazuri nos proporciona los datos:  Al finalizar el siglo XIX nuestra ciudad alcanzó en el casco urbano el alto censo de 28.197 habitantes, con el grave problema de la gran escasez de vivienda, origen de un peligroso hacinamiento de familias modestas. Hay constancia de que en una casa de cinco pisos vivían, mejor dicho, malvivían, 123 personas, de las cuales 59 eran niños de corta edad… Los índices de mortalidad, especialmente la infantil, eran altísimos.

Estaba claro que la ciudad debía conseguir a toda costa mayor superficie sobre la que edificar, y comenzó un largo proceso de enfrentamiento con las autoridades militares, dueñas de las fortificaciones, las zonas polémicas y, en definitiva, quienes controlaban una ciudad militarizada, rodeada de murallas cuyas puertas de cerraban al toque de oración y se abrían con el de diana.

Por otra parte, el derribo de las murallas y el ensanche racionalizado de las ciudades es un fenómeno que se provocó tras la revolución industria a nivel mundial, especialmente europeo. La vida urbana tuvo que organizarse de una nueva forma en la que se contemplara el crecimiento de la población, provocado por la industrialización y el éxodo rural, y los avances materiales, sanitarios, sociales e ideológicos, que exigían que un número cada vez mayor de personas pudiesen gozar de los beneficios que proporcionaba el progreso.

 

El Primer Ensanche

La primera solución parcial llegó a Pamplona en 1887, cuando el concejal Serafín Mata y Oneca presentó un proyecto para el ensanche de la ciudad a costa del recinto amurallado interno. El proyecto se aprobó y por medio de una Real Orden de 22 de agosto de 1888, se aceptaba el derribo de los baluartes de la Victoria y de San Antón, y la concesión al ayuntamiento de los cuarteles del Carmen, la Merced y Seminario. El ayuntamiento cedió a cambio el Soto de Andoáin para campo de tiro y 750.000 pesetas, que se emplearon en construir una serie de cuarteles en el nuevo espacio resultante del derribo.

El ese primer ensanche se crearon dos zonas, divididas por la actual calle Padre Moret, a un lado el ensanche civil y al otro el militar, que, como hemos dicho, se utilizó para nuevas instalaciones militares. En la parte civil, más cercana a la ciudad, se construyó la audiencia (hoy parlamento) y una serie de viviendas. Los solares se vendieron a precios altísimos (de 45 a 65 pesetas m2) y sólo pudieron acceder a su compra las clases sociales más favorecidas, con lo cual, no se solucionó el problema.

 

El derribo de las murallas

En la mente de los pamploneses del momento estaba claro que el impedimento para el crecimiento eran las murallas, y se continuó el proceso para conseguir su derribo, largo y costoso. Mientras, La población se había estancado. En 1901, Pamplona contaba con 28.886 habitantes, y en 1910, 29.472.

La autoridad municipal, por su parte, proponía otros proyectos de ensanche en los que no se tenían que derribar las fortificaciones, trazándolos al norte de la ciudad, en la zona de la Rochapea, lo cual no agradaba a los pamploneses por su relativa lejanía y desconexión con la parte antigua y porque, topográficamente, es más fácil y accesible el crecimiento hacia el sur.

Se intentó buscar el apoyo de Alfonso XII y el del general Weyler, y, por lo menos, en 1905 se pudieron derribar las puertas medievales, rompiendo el secular hermetismo.

En 1911 se abrió una esperanza al ofrecer el ramo de Guerra sus terrenos al ayuntamiento a cambio de 1.800.000 pesetas y el compromiso de construir una nueva muralla.

Mientras, el desarrollo de la Primera Guerra Mundial en Europa estaba dejando claro la inutilidad de los recintos amurallados frente a la artillería moderna y el uso bélico de la aviación.

El alcalde Alfonso Gaztelu volvió a insistir en el proyecto y, por fin, se consiguió, el permiso para derribar las murallas. El ayuntamiento se hizo con 218.960 metros cuadrados desde la calle Yanguas y Miranda hasta la Ripa de Beloso, pagando sólo 500.000 pesetas y sin tener que levantar un nuevo recinto amurallado.

El acto de derribo de la primera piedra tuvo lugar el 25 de julio de 1915, aunque hasta el 11 de mayo de 1920 no se autorizó mediante una Real Orden la expropiación de los terrenos. El 29 de noviembre de ese año se pudo poner la primera piedra en la zona de actual Bajada del Labrit.

El nuevo barrio que nacía entonces contaba con 890.000 metros cuadrados, de los cuales 687.000 se obtuvieron por expropiación forzosa, procediendo el resto del ramo de Guerra.

Los primeros solares comenzaron a adjudicarse en 1921. Su precio, relativamente bajo en comparación al Primer Ensanche de 1888, casi un cuarto de siglo antes: por lo general, entre 15 y 20 pesetas el m2, aunque en algunos casos se llegó a 25.

 

El Segundo Ensanche

El ayuntamiento, poco convencido con los proyectos de ensanche militares, encargó en 1909 el suyo al arquitecto municipal Julián Arteaga, que trazó uno en forma de damero bastante regular, ordenando las viviendas en manzanas en torno a patios, jardines en el extremo sur y algunas manzanas vacías para ajardinar. Un paseo de ronda rodeaba el conjunto, bastante monótono, por otra parte. El eje que organizaba ese ensanche era la carretera de Francia, actual avenida de la Baja Navarra. Dejaba la plaza del Castillo cerrada y conservaba la ubicación de la plaza de toros, con lo cual, no se aseguraba bien la trabazón con la zona antigua, por lo que no fue aprobado.

Tras la jubilación de Arteaga, el nuevo arquitecto municipal, Serapio Esparza, presentó en 1916 su propio proyecto, basado en el de Ildefonso Cerdá de 1860 para Barcelona.

En este caso, Esparza impuso que los criterios rectores del trazado fuesen que la orientación de las casas y calles permitiese la mayor cantidad de luz posible, y la plena articulación con la zona medieval, a costa de la apertura de la plaza del Castillo, del derribo de la plaza de toros y el teatro municipal para abrir la avenida de Carlos III y de parte de la basílica de San Ignacio.

El Ensanche se organiza dividido en 96 manzanas. La manzana-tipo mide 70 x 70 metros, en torno a un patio central cerrado y las esquinas achaflanadas, aunque no tanto como las del ensanche de Barcelona de Cerdá.

Se centra con una avenida, Carlos III, con su bulevar en el centro, que se inicia en una plaza del Castillo abierta y se cierra, con un espíritu teatral, por la plaza de la Libertad y la basílica con su monumental cúpula. La avenida de la Baja Navarra sirve como diagonal, y en ella se organizan plazas circulares. Una manzana se deja vacía, la de la Plaza de la Cruz, que se ajardina.

En principio, las calles tenían una anchura de 15, 20, 25 y 30 metros. En ellas, las casas debían medir 16 metros las de las calles más estrechas y 21 para las anchas. Unos cinco pisos de altura. Esto se cumplió en las primeras edificaciones, hasta la actual avenida de Baja Navarra. Después se permitió mayor altura, hasta los diez pisos en las zonas más al Sur, perdiéndose el criterio de desahogo y de insolación.

Se creó un tipo de vivienda completamente distinto a la del Casco Antiguo, pues se limitó el fondo, y se multiplicaron los huecos de las fachadas, por lo que dejaron de ser necesarios los miradores. De la orientación vertical se pasó a otra marcadamente horizontal, y se potenció el uso de nuevos materiales: hormigón y cristal. La consecuencia fue un espacio urbano amplio y alineado, que dan impresión de claridad y limpieza.

El Segundo Ensanche se completó algo más tarde con la Colonia Argaray, proyectada en 1933 por Joaquín Zarranz y Juan de Madariaga, siguiendo el modelo de la Colonia de El Viso de Madrid, en un estilo regionalista. Algo posterior, la Media Luna, proyectada por Eusa en esa línea, hacia 1938-9. Por último, el cierre del Ensanche por el Sur con la construcción de la Basílica de los Caídos, sobre el solar destinado antes a una dedicada a San Francisco Javier.

Luego, la propia evolución urbana ha hecho que se hayan derribado gran cantidad de los edificios, construyéndose otros más modernos, proceso que aún no ha terminado.

De esta forma, en el Segundo Ensanche coexisten los distintos estilos que han tenido lugar durante cien años, desde el regionalismo al eclecticismo y el historicismo, los toques modernistas de diverso origen, el racionalismo más puro y el que algunos autores han denominado “camuflado”; una pervivencia de lo herreriano muy propio del régimen franquista, la aparición de lo orgánico, el minimalismo…, en los que han participados varias generaciones de arquitecto, presididos todos ellos, quizás, por la figura señera del autor que más ha contribuido al carácter del barrio: Víctor Eusa.